Agricultores de Tarapaca
Agricultores Atacameños
Agricultores Diaguitas
En la región altiplánica de Tarapacá, en pequeños poblados, con casa de piedra y techos de coirón, vivían personas emparentadas con los aymará de Bolivia. Cultivaban papas, que conservaban deshidratadas como chuño en silos de piedra con forma de torres que, en su lengua, se denominaban colcas.
Más importantes eran sus actividades pastoriles. Mantenían enromes rebaños de llamas y alpacas, que les proporcionaban lana para confeccionar sus vestimentas, carne también almacenada deshidratada, o charqui-, y guano, empleado como fertilizante y combustible. Las llamas eran, además, un valioso medio de carga, que les permitían transportar papas para intercambiarlas por otros alimentos y bienes en los valles más bajos o en la costa, ya que allí la producción se diferencia por la altura. De ese modo, obtenían maíz, ají, pescados ahumados, y algas como el cochayuyo, que les proporcionaba yodo con el cual evitaban enfermedades de bocio.
Por ello no era raro como ocurría desde muy antiguo-, que los hombres guiaran caravanas de llamas, desplazándose de manera permanente entre la cordillera y el litoral. Las recuas seguían ritos que sus antepasados dejaron indicadas en los geoglifos o dibujos hechos con piedras acumuladas unas sobre otra en laderas de los cerros y quebradas.
En estos desplazamientos costumbre común en los hombres andinos- mascaban hojas de coca mezcladas con una especie de ceniza, a fin de contrarrestar la fatiga, el hambre y la sed.
En los valles más bajos vivían otros grupos, también de origen aymará. Uno de ellos eran los pacajes, que habían sido enviados por su rey desde la ribera sur del lago Titicaca para colonizar esas tierras y cultivar maíz. Debían enviarle ese producto a fin de elaborar chicha, bebida indispensable en las ceremonias religiosas y relaciones sociales.
En los ricos valles de Lluta, Azapa o en la quebrada de Camarones vivían los coles descendientes de los primeros agricultores instalados en la zona -, en pequeñas aldeas con casas de adobe o cañas. Cultivaban maíz, porotos, zapallos, ají, camote y árboles frutales, como el lúcomo.
La diversidad de habitantes presente en la región tarapaqueña, incluyendo a los pescadores, se evidencia tanto en la variedad de formas, decoraciones y colorido de la cerámica prehispana, como en los adornos de oro, plata y cobre. De este último metal hacían hachas, empleadas en las tareas agrícolas y en las guerras. No sabemos si ellos descubrieron la metalurgia o si la aprendieron de los antiguos peruanos.
En los oasis de San Pedro de Atacama, orillas del río Loa y quebradas cordilleranas, vivieron un pueblo agricultor, pastor y minero denominado atacameños por los españoles. Se desconoce cómo se llamaba a sí mismo, pues su idioma, el kunza, dejó de hablarse poco después de la conquista hispana.
En el fondo de los valles y en las terrazas construidas en las laderas de cerros y quebradas -, los atacameños cultivaban especies similares a las de Tarapacá. Recogían frutos de tamarugos y algarrobos; los enormes cactus les proveían de tunas y espinas que empleaban como agujas.
Las aldeas estaban conformadas por casas de piedra con techo de paja, que tenían una sola pieza, donde cocinaban, comían y dormían.
Todos sus habitantes estaban emparentados por vía paterna. Constituían un ayllu o linaje, que poseía en común las tierras y animales. Su jefe o señor se distinguía porque portaba valiosos tejidos, adornos de metales preciosos y un tocado de plumas multicolores traídas desde las selvas tropicales. A él le correspondía repartir tierras, asignando una superficie a cada familia nuclear de acuerdo al número de sus miembros ejercía justicia, y encabezaba el culto a los antepasados y las ceremonias religiosas, y designaba a los jefes guerreros. Todos los trabajos se realizaban comunitariamente¸ es decir, ayudándose unos a otros.
La sociedad de aumentar las tierras agrícolas era el principal motivo de guerra entre las aldeas. Por eso estaban protegidas por un muro defensivo, lo que les daba el aspecto de fortalezas (pucaras). Por esta misma razón, se levantaban en sirios poco aptos para la agricultura. Restos de ellas aún se conservan en Chiu Chiu, Lasana, Turi y Ayquina, entre otras.
Los ayllu de San Pedro de Atacama, relacionados con vínculos de parentesco entre ellos, construyeron el pucara de Quitor, donde se guarnecían durante los ataques enemigos. Enormes bodegas guardaban alimentos para varias semanas.
Vestían una especie de camisón hecho de lana. Los comunes eran del color natural de la piel de llamas o alpacas. Las mujeres se ponían una faja en la cintura. Por las noches se abrigaban con ponchos y gorros, considerando que las temperaturas nocturnas precordilleranas del norte chileno bajan de cero grados.
Creían en una vida extraterrenal, por lo que enterraban a sus muertos en tumbas subterráneas, envueltos en mantas y formando una especie de fardo. A su lado dejaban alimentos, armas, utensilios y adornos. La aridez del terreno muy pronto desecaba los cadáveres, convirtiéndolos en momias naturales.
La región de los valles transversales entre los ríos Copiapó y Choapa, estaba habitada por pueblos que llamamos diaguitas, aunque entre ellos sólo parecen existir similitudes en los modos de vida, dedicadas a la agricultura, ganadería y minería.
Cada valle era políticamente independiente y quizás tenía su propia lengua. Estaba dividido en dos mitades: la de arriba, hacia la cordillera, y la de abajo, hacia el mar, con sus respectivos jefes o señores, siendo más importante el de la mitad de arriba. Este tipo de organización recibe el nombre de sociedad dual y pudo ser impuesta por los incas cuando los conquistaron, alrededor del 1470 d.C.
Sus cultivos, realizados en el fondo de los valles e irrigados por canales artificiales, eran similares a los atacameños, aunque en Copiapó y Huasco sembraban algodón, con el cual confeccionaban camisones sin mangas para cubrir sus cuerpos. A veces los hacían de lana de llama, animal que es posible también fue introducido por los incas.
Su ganadería era transhumante; es decir, en verano la llevaban a pastar a la cordillera y en invierno a la costa, donde se proveían de peces, mariscos y cazaban animales marinos. Eran grandes comedores de perdices y guanacos.
Las aldeas eran pequeñas. Sus casas estaban hechas de ramas recubiertas con barro, y el techo de paja. Debido a lo perecible del material, hoy casi no hay rastros de ellas. Almacenaban maíz y otros alimentos en bodegas subterráneas, cuyas paredes cubrían con una capa de cerámica.
Se desconoce cuáles eran sus ideas religiosas, pero el cuidado que ponían en enterrar a sus muertos indica que pensaban en la existencia de una vida extraterrenal, y quizás en buenos y malos espíritus.
Los primeros diaguitas sepultaban los cadáveres en tumbas a escasa profundidad, rodeándolos de piedras por los cuatros costados. Al interior del rectángulo dejaban cántaros con alimentos y otras ofrendas. Después abrieron tumbas más profundas, protegiendo el cuerpo del difunto con losas de piedra colocadas en forma inclinada. Por último, lograron confeccionar verdaderos ataúdes de piedra, acompañándolos de alimentos y diversos utensilios.
Gracias a la buena preservación de los esqueletos, se sabe que eran altos, comparados con sus vecinos atacameños y mapuche. La estatura media de la s mujeres era de 1.65 metros, y la de los hombres de 1.70 metros. Los españoles registraron que los diaguitas tenían rostros bien parecidos y buena musculatura.
Eran expertos artesanos metalúrgicos, incorporando a los adornos de oro y plata piedras semipreciosas como turquesas y lapislázuli; pero ante todo, destacaron en la confección de la cerámica. Sus vasijas, decoradas con motivos geométricos en rojo, blanco, amarillos y negro, son las más hermosas del Chile prehispano, después de las de Arica, sobresaliendo algunas que por su forma, se llaman jarra pato. De los incas adoptaron el aríbalo, jarrón de cuello angosto y cuerpo ovalado que termina en punta.
Los diaguitas eran pocos numerosos, por lo que la conquista
inca, y luego la española, los exterminó en menos de 50 años.
Es esa la razón del limitado conocimiento que existe respecto de
ellos.
mailto:[email protected]