LOS MAPUCHES
LA SOCIEDAD MÁS NUMEROSA DE CHILE PREHISPANO
El sentido de ser
mapuche
Estructura
social y política
La guerra
Clasificación
de los mapuche
Vestimenta y
adorno
Estructura familiar
La
cermonia de curación o machitún
Muerte, duelo
y venganza
Fiestas y juegos
A partir de un lugar situado entre los ríos La Ligua y Aconcagua, y hasta el sector norte de la isla de Chiloé, vivían – en el siglo XVI – el mayor conglomerado poblacional de Chile. Se trataba de más de un millón de personas que hablaban, con ligeras variaciones dialectales, el mapundungún. En dicha lengua se autodenominaban mapuche, que significa "gente de la tierra".
Eran de estatura mediana y cuerpos bien proporcionados. Tenían la cara redondeada y la frente estrecha; los ojos pequeños, eran de color negro, al igual que los cabellos; los labios eran carnosos y los dientes muy blancos. El cuerpo, como el de la mayoría de los nativos americanos, carecía de vellosidades. Al compararlos con otros nativos de América, los españoles los encontraban hermosos, en especial a las mujeres.
El concepto de ser mapuche, no tenía para ellos la misma acepción que para nosotros, ya que aunque todos se llamasen de la misma manera, no se sentían miembros de un pueblo.
Ser mapuche, por el contrario, indicaba pertenecer a la tierra en que se había nacido. Por lo mismo, quienes venían al mundo en el valle del río Aconcagua no se identificaba con los que lo hacían en el valle del Mapocho, Maule, Itata, Bío Bío, Toltén o Chiloé. Así, a pesar de hablar una misma lengua, no constituían un pueblo en el sentido que lo entendemos nosotros. Carecían de historia, emblemas o símbolos comunes; cada linaje sólo conservaba su propia tradición oral.
A esta peculiar forma de organización los antropólogos la llaman "sociedad segmentada", para indicar que se trata de una serie de grupos de parentesco y territoriales que comparten costumbres comunes sin tener una unidad política.
El núcleo de esta estructura social, conocida como tribu, era el linaje o conjunto de familias que descendían de un antepasado común, denominado Pillán. Se suponía que éste habitaba en lo alto de las montañas o volcanes, cuyas erupciones eran consideradas demostraciones de la ira provocada por la conducta de sus descendientes. Aunque no se le adoraba en templos, celebraban ceremonias en su honor, los Nguillatún, en las que solicitaban sus favores para obtener buenas cosechas o el término de las calamidades.
El jefe civil del linaje era el lonko (a quien por error se le llama cacique, voz que las poblaciones caribeñas daban a sus autoridades), un hombre anciano que hacía de cabeza del grupo familiar. No tenía poderes para hacerse obedecer; su tarea se reducía a aconsejar y solucionar los conflictos entre parientes. También presidía las ceremonias en honor de los espíritus de los antepasados – transformados en pillanes o fuerzas protectoras de los parientes vivos – contra la acción de otros espíritus malignos, los huecuves, causantes de desgracias, enfermedades y muertes.
Entre los mapuche, todos los males que afectaban a una persona eran achacados a miembros de otros linajes. Y sólo podían lavar la afrenta a través de la venganza, pues no tenían una autoridad común que ejerciese justicia. Tal estado de cosas daba la impresión de que se encontraban en un permanente estado de guerra entre ellos, lo cual no era cierto, pues tenían mecanismos para "compensar" los agravios. En caso de que éstos no funcionasen, elegían a un toqui o jefe militar que lo guiase en la lucha del desquite. Su insignia de mando se denominaba clava.
Las armas de combate eran lanzas, arcos y flechas, mazas, hachas y hondas.
El linaje tenía su propio territorio, delimitado con claridad y celosamente defendido de la intromisión de otros mapuche vecinos. En él se localizaban las familias extendidas, conformadas por el padre y sus hijos varones casados, que continuaban viviendo juntos para defender el espacio en que sus esposas – provenientes de otros linajes – se encargaban de los cultivos.
Los grupos familiares vivían en forma dispersa, separados unos de otros por varios kilómetros de distancia. Los aislados ruqueríos impedían que los mapuche tuviesen aldeas o pueblos.
Se han realizado numeroso intentos por agrupar una sociedad tan heterogénea como la descrita, en conglomerados con costumbres más o menos similares. Así, se han hecho comunes los términos de picunches (gente del norte); araucanos, para referirse a quienes habitaban entre los ríos Itata y Toltén y huilliches (gente del sur). Tales denominativos carecen de sentido, pues cualquier linaje llamaba picunche a sus vecinos del norte, y huilliche a los del sur.
Araucanos eran sólo los habitantes de la península de Arauco, como bien lo indica Alonso de Ercilla y Zuñiga, autor de "La Araucana", poema épico en que se narran las mutuas hazañas de mapuche y españoles durante los primeros años de la conquista.
Más apropiado parece diferenciar a la "tribu" mapuche de acuerdo a las características de su sistemas agrícolas, pues ellos reflejan una determinada forma de uso y tenencia de la tierra, técnicas y formas de trabajo, reglas de matrimonio y densidad demográfica.
Siguiendo el criterio anterior, entre los ríos La Ligua y Cachapoal se hallaban linajes mapuche que dependían de la irrigación artificial para cultivar maíz, porotos, choclos, quinua o ají, con aguas que corrían en pequeños canales alimentados por los ríos.
Al sur de Cachapoal, y hasta el Río Bío Bío, se hallaban los mapuches con Agricultura de secano, quienes aprovechaban las lluvias para regar sus sementeras. A este grupo pertenecían los mapuche costeros, quienes complementaban la siembra de productos similares a los anteriores con la pesca y extracción de mariscos y algas marinas. Estos se extendían por el litoral hasta la isla de Chiloé y disponían de canoas confeccionadas en troncos de árboles ahuecados con fuego.
Al sur del Bío Bío, los linajes mapuche existentes practicaban una agricultura de roza. Abrían claros en las selvas de coigües, robles, mañíos, laureles, canelos y peumos, entre otras especies, mediante el roce de fuego, a fin de disponer de espacios para los cultivos. Aquí, a los alimentas ya mencionados agregaban la papa, especie – al parecer – originaria de Chiloé.
En este mismo sector se hallaban los mapuche canoeros, que habitaban algunas islas lacustres, como las de lago Ranco. Todos ellos sabían navegar, ya que al sur del Bío Bío los eran la única ruta de desplazamiento en los meses de lluvias.
Los instrumentos agrícolas eran muy simples: un palo aguzado o coa, usado para abrir agujeros en el suelo e introducir las semillas; una piedra perforada, atada a una mango, para deshacer los terrones; y una especie de horqueta hecha de madera.
Con excepción de los mapuche localizados entre los ríos Cachapoal y Bío Bío, todos criaban un animal llamado chilihueque u "oveja de la tierra", que al parecer podría tratarse de llamas o guanacos domesticados. Los rebaños más numerosos se hallaban al sur del río Bío Bío, debido a la necesidad de contar con lana para confeccionar indumentarias que les protegiese del frío y las lluvias. Frazadas, vestidos y pochos eran tejidas por las mujeres en telares compuestos por un marco de cuatro palos afirmado contra la pared de la ruca. En las zonas más al norte, sólo los lonko y gente importante tenían ropa de lana; los otros la llevaban de algodón o fibras vegetales.
Los hombres vestían una especie de calzón y camisa sin magas. En invierno se protegían con ponchos. Usaban el pelo largo, afirmado por un cintillo en la cabeza; a veces lo adornaban con plumas, por lo general de ñandú.
Las mujeres se ponían un camisón ajustado en la cintura por una faja. Sobre los hombros llevaban un chal. Acostumbraban engalanarse con collares y pulseras de concha, caracoles o pequeñas piedrecillas de cobre, o llancas, de color verde, llamadas chaquiras. Sólo durante la lucha contra los españoles lograron apresar plateros europeos, quienes les elaboraron joyas en ese metal y les enseñaron a hacerlas a partir de las propias monedas coloniales.
La familia mapuche era poligínica; es decir, un hombre podía tener varias esposas al mismo tiempo. Como gran parte de los trabajos agrícolas, ganaderos, textiles, cerámicos y cesteros, además de las tareas domésticas, eran efectuada por las mujeres, para contraer matrimonio se debía compensar al padre de la novia con algunos bienes por la pérdida de la mano de obra que éste experimentaba. Por ello, sólo los hombres de mayor edad tenían más esposas y eran considerados "ricos".
Las mujeres se intercambiaban entre los linajes. De este modo se establecían alianzas para aminorar conflictos entre ellos y ayudarse en tiempos de guerra.
Las rucas o habitaciones mapuche se construían - con ayuda de los parientes – a partir de un armazón de madera cubierto de juncos y otros materiales vegetales. Cada esposa disponía de una habitación independiente donde vivía con sus hijos, a quienes cocinaba en un fogón localizado en la esquina y cuyo humo salía por una abertura del techo. La cantidad de puertas de una ruca – que podía alcanzar hasta 20 metros de largo –indicaba cuántas esposas tenía su dueño; éste pernoctaba en el "departamento" de la mujer que le daba de comer. Dormían sobre pieles colocadas en el suelo, cubiertos con una frazada y apoyando la cabeza en un tronco.
Los hijos varones casados permanecían viviendo junto al padre, levantando sus propias rucas cercas de la del progenitor. Cuando éste fallecía, el vástago mayor heredaba todas las esposas, excepto la madre.
La ceremonia de curación o machitún
Cuando alguien enfermaba, se recurría a un curandero llamado machi. En el siglo XVI, por lo general éste era un hombre que se vestía y actuaba como mujer. Se le atribuían poderes sobrenaturales, ya que podía – como todos los chamanes – comunicarse con los espíritus. Vivía en una ruca aislada que sobresalía de las demás por tener al frente un rehue o poste sagrado.
Al llegar a la ruca del enfermo – donde se hallaban expectantes los parientes -, el machi colocaba hojas de canelo, el árbol sagrado, y las encendía, mientras cantaba y danzaba alrededor del paciente al son del cultrún o tambor sagrado, para invocar la ayuda de los pillanes bienhechores. Cuando la ruca estaba llena de humo, se arrodillaba sobre el paciente, clavando en su pecho un cuchillo. Hurgaba en el interior del cuerpo hasta extraer la causa del mal, representada por lagartijas o insectos, que mostraba a los parientes asegurándoles haber descubierto al culpable de la enfermedad. Luego cerraba la herida sin que quedar rastros de ella, y recetaba hierbas medicinales (boldo, bailahuén, lahuán, matico, maitén, quinchamalí, quillay, voqui, chilco, arrayán, laurel, culén y otras cien especies más). El machi, en realidad, no operaba al paciente. Usando sus conocimientos de hipnosis y prestidigitación, creaba un fenómeno de alucinación colectiva.
Si el paciente fallecía, su cadáver era ahumado a fin de velarlo durante varios días, en los demostraban con gritos y lágrimas la tristeza que les provocaba su partida. Cuando ya su nombre no era pronunciado, lo enterraban vestido con sus mejores ropas, acompañados de cántaros con alimentos, chicha, adornos y armas, para que, ya transformado en pillán, protegiese desde el "más allá" a sus deudos. Normalmente lo depositaban en el suelo, cubriendo en el suelo, cubriendo el cuerpo con tierra. Luego consultaban a un dunguve o adivino, a fin de que identificase al culpable. Una vez individualizado, los parientes del muerto iniciaban sus preparativos para vengar la ofensa recibida, tomando la justicia en sus manos. Si no recibían una compensación adecuada, atacaba al linaje del hechor con el objeto de matar al inculpado. Así, los grupos familiares mapuche mantenían innumerables y nunca olvidadas rencillas que les impedían unirse para conformar un verdadero pueblo.
Los mapuche eran muy aficionados a organizar reuniones familiares, a las que invitaban a amigos de otros linajes. En ellas cantaban y danzaban al son de tambores, flautas y cascabeles. También hacían largos discursos, pues eran muy buenos oradores. El festejo se prolongaba varios días, hasta que consumían todos los alimentos y la chicha de maíz, frutilla u otros frutos silvestres.
Solían, además, juntarse para competir en juegos de
destreza física, como carreras y lucha cuerpo a cuerpo. El palín
o chueca era el más popular entre los hombres; en ellos también
tomaban parte mujeres y niños, compartiendo comidas y bebidas a
medida que los varones se alternaban en este juego que podía durar
varios días.