Áreas
Culturales
Paisaje Prehistórico
Evidencias Arqueológicas
Cueva del Milodón
Ëpoca de Transformaciones
"Los grupos humanos que cruzaron por el puente de Beringia, se desplazaron hacia el sur de acuerdo las fluctuaciones del glacial. A medida que los hielos iban cambiando de ubicación, los grandes animales se dirigían hacia los bordes húmedos, pues sus cuerpos se habían adaptado a las bajas temperaturas. Los cazadores iban tras ellos y, así, fueron descubriendo nuevos territorios, llegando primero a Centroamérica y, más tarde, a Sudamérica.
Hay evidencias de que, alrededor del 18.000 A.C., hubo un grupo que cazó mastodontes o elefantes americanos en un lugar de Venezuela llamado Taima-Taima.
Sin embargo, los arqueólogos piensan que, por lo menos, unos 10.000 años antes ya habían llegado a la selva del Amazona, desde donde avanzaron hasta alcanzar Tierra del Fuego alrededor del 9.000 A.C.".
AREAS
CULTURALES EN LA PREHISTORIA DE CHILE
Durante la etapa arcaica comienzan a delinearse las áreas culturales de Chile. Un área cultural se define como aquella zona geográfica en donde las características ecológicas favorecen la adaptación de ciertos modos de vida. Dentro del área cultural pueden existir muchas sociedades con sus propias expresiones culturales. Sin embargo, las poblaciones no viven aisladas; continuamente traban contacto entre sí, intercambiándose experiencias, conocimientos y técnicas. A raíz de esas influencias mutuas, poseen gran cantidad de rasgos comunes cuya dispersión permite fijar los límites de las áreas.
En Chile pueden distinguirse cuatro áreas culturales:
Siendo Chile un territorio con cuatro franjas longitudinales de relieve, dentro de cada área cultural se encuentran múltiples sistemas ecológicos que, también, se diversifican latitudinalmente. Es por ello que las áreas tuvieron culturas dispares, producto de adaptaciones a sus propias condiciones locales. Aún así, es posible establecer la existencia de rasgos comunes que, en último término, caracterizan al área cultural.
Cuando los Paleoindios arribaron al territorio de nuestro país, el paisaje era muy diferente al actual. Desde Arica a Copiapó había valles con abundante vegetación, lagunas y bosques, debido a que llovía mucho mas que ahora. En ellos se alimentaban las manadas de mastodontes, caballos americanos y ciervos, que atraían a los cazadores de grandes presas.
En el llamado Norte Chico, entre los ríos Copiapó y Aconcagua, las precipitaciones eran aun mayores, permitiendo la formación –en el sector costero- de verdaderas selvas, como las que todavía se conservan en la desembocadura del río Limarí.
Los valles eran muy fértiles en vegetación, contribuyendo a atraer a los animales que se nutrían de ella. Al mismo tiempo, servía a pequeños grupos familiares que recolectaban semillas y frutos silvestres (chañar, algarrobo, molle) y descuartizaban a la fauna que se empantanaba en los bordes de las lagunas.
Entre el río Aconcagua y el Golfo de Reloncaví, el clima era aun más frío y lluvioso. Ello facilitó el crecimiento de praderas y bosques de roble, coigüe, lenga, mañío alerce y otras especies, constituyendo un verdadero paraíso para la megafauna glacial.
Desde el golfo de Reloncaví al Cabo de Hornos había una franja continua de tierra, pues no existían el estrecho de Magallanes ni el canal de Beagle. En el sector oriental predominaban las estepas y en occidental los bosques, ambas cubiertas vegetacionales muy atractivas para aquellos animales que más tarde se extinguirían.
EVIDENCIAS
ARQUEOLÓGICAS DEL PALEOINDIO
El tiempo y los cambios climáticos han borrado gran parte de las huellas dejadas por los paleoindios en Chile. Sin embargo, se han encontrado algunas herramientas de piedra en la zona de San Pedro de Atacama que –se calcula- fueron hace unos 13.000 años.
Es posible que en fechas anteriores, grupos de cazadores – recolectores hubieran ocupado los valles, bosques y lagos de agua dulce existentes al interior del Norte Grande.
Más claras son las evidencias en Quereo, quebrada ubicada cerca de Los Vilos, en el Norte Chico. Allí había una laguna rodeada de árboles y vegetación, donde los arqueólogos han encontrado huesos de caballos y paleollamas, con claras muestras de haber sido golpeados y cortados con instrumentos de piedra. Todo esto indicaría que, por lo menos hacia el 10.000 A.C., grupos familiares estaban instalados en aquel sector, donde recolectaban vegetales silvestres. Asimismo, esperaban que los animales se empantanaran para matarlos a golpes de piedra y luego descuartizarlos. Contemporáneamente, en otra laguna que existía en lo que hoy conocemos como Tagua Tagua, hombres daban muerte a mastodontes, ciervos, caballos, zorros, coipos, ratones, ranas, aves y peces.
A la Patagonia
y Tierra del Fuego los paleoindios debieron llegar alrededor del 9.000
A.C., siguiendo la ruta oriental.
Debido a las bajas temperaturas, prefirieron guarecerse en cuevas
y abrigos rocosos, donde dejaron rastros de su presencia. La más
conocida es la cueva del Milodón, lugar en que estos animales también
buscaron refugio contra el frío, sin que los hombres pudieran desalojarlos.
A lo más se acercaron a ella a fin de intentar cazar alguno. Para
esa cacería aprovecharon un arma capaz de dar efectivamente muerte
a una bestia: una punta de flecha que, por su forma, se conoce como cola
de pescado, de uso corriente en todos los cazadores que habitaban estas
regiones. Capturaban
milodontes, caballos, pumas, guanacos, zorros, pequeños roedores
y aves. También recolectaban huevos de avestruces.
Otros restos se han localizados en las cuevas Fell y Palli Aike,
en la ribera norte del estrecho de Magallanes. La presencia de siete cadáveres
cremados en el alero del Cerro Sota, cerca de Palli Aike, acompañados
de fragmentos de caballos, indicaría que los paleoindios preparaban
a sus muertos para una vida extraterrenal.
Alrededor del 9.000 A.C. llegaron a lo que hoy denominamos Tierra
del Fuego, aunque entonces no era una isla. Se alimentaban de guanacos,
zorros y aves. A veces extraían mariscos en las costas del océano
Atlántico.
Los cambios climáticos, derivados de un aumento de la temperatura,
afectaron a la vegetación. Disminuyeron los pastos, lo que alteró
la alimentación de los grandes animales, que además eran
cazados por los paleoindios. Ambos factores contribuyeron a su extinción,
alrededor del 6.000 A.C.
El guanaco, menos especializado en su dieta, ocupó los lugares
que en vida recorría la megafauna glacial.
A partir del sexto milenio A.C., las variaciones climáticas obligaron a los grupos humanos a readaptarse a las condiciones de una naturaleza que estaba en permanente cambio.
Así, quienes vivían al interior o en las zonas cordilleranas, debieron aprender a cazar otros tipos de animales, más pequeños y veloces, como llamas, alpacas, vicuñas, zorros o cuyes, observando sus conductas y confeccionando nuevas armas, como los dardos que lanzaban con propulsor para darles una mayor velocidad. También recolectaron nuevas especies vegetales silvestres, y comenzaron a experimentar métodos para conservar las semillas, para luego reproducirlas, pues se habían dado cuenta que donde caía una de ellas volvía a crecer la misma planta.
De las variedades comestibles más importantes, sólo se daban silvestres en Chile los porotos y calabazas, por lo que el maíz, ají, tomate, papa y quinua los obtuvieron gracias al contacto con otros pueblos de la costa sur del Perú y del altiplano boliviano.
El nivel de las aguas del Océano Pacífico aumentó y las playas quedaron casi en la misma posición actual. El mar se transformó en otra importante fuente de alimenticia, y el hombre aprendió a confeccionar anzuelos, arpones y redes para pescar; instrumentos para sacar moluscos que, como locos y choros, estaban pegados a las rocas; lanzas para cazar animales como los lobos marinos, y pequeñas puntas de flechas destinadas a la cacería de los pájaros que vivían en el litoral.
De tal modo, a lo largo de casi 7.000 años, las innovaciones
tecnológicas –que les permitieron disponer de mayores y mejores
recursos alimenticios- influyeron en el crecimiento poblacional, pasando
de unos cuantos miles de cazadores paleoindios al millón doscientas
mil personas que, en el siglo XVI, se estima habitaban entre Arica y el
Cabo de Hornos.